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Límites, evolución y juego

Artículo sobre los límites y su importancia en la evolución de niños y niñas poniendo especial énfasis el en juego. Como se viven e interiorizan los límites en cada etapa y que sentido tienen en las capacidades y logros correspondientes a esas etapas.

 

El universo que percibimos está fundamentado en límites. La masa de las partículas, la membrana celular, el cuerpo de un ser vivo, hasta los ecosistemas y las sociedades humanas, todo lo que conocemos se basa en unos límites que separan lo de dentro de lo de afuera. La metáfora de la membrana celular nos resulta esclarecedora para constatar esa necesidad. La célula se auto regula gracias a mantener un intercambio selectivo con el exterior. Sostener esa comunicación entre el dentro y el afuera es una de las funciones básicas de la membrana celular.


En este artículo pretendo hacer una reflexión sobre la necesidad de esos límites en la evolución de los niños y las niñas, poniendo especial énfasis en el juego.


Podemos suponer que, como humanos, nuestra primera consciencia es de totalidad indiferenciada. Sin límites somos el universo entero. Freud denominaba consciencia oceánica a esa sensación de fusión con el todoii. En esta fase, podemos suponer que hay muchas sensaciones y percepciones, pero no hay “quien perciba”. Pero ¿Cuál es el siguiente paso? ¿por dónde empieza a definirse una frontera? Para Ken Wilber ese hecho tiene mucho que ver con el acto de mamar. El bebé tiene hambre y llora: la madre le da el pecho. Queda saciado y se duerme. Hay algo que aparece y desaparece en su boca. Ese pezón en la boca es, seguramente, la primera sensación clara de diferenciación. Wilber denomina Urobórica a esa etapa, haciendo alusión a la serpiente mitológica que come su propia cola. En la boca hay dos momentos diferenciados, el resto es un continuum.

Probablemente antes de ese momento ya ha habido una consciencia de diferenciación. Depende también de lo que entendamos por consciencia, un concepto ciertamente complejo y resbaladizo. Si la vida implica consciencia, el cigoto puede experimentar sensaciones de diferenciación y fusión. Imaginémonos como un cigoto resbalando por las paredes del útero queriendo agarrarse –y que te agarren- para sobrevivir. Un momento crucial y dramático en el que se pone en juego la supervivencia. En ese momento, la fusión, el complemento de la diferenciación, es de vital importancia.


En un inicio, estamos fundidos con el todo. La evolución avanza hacia una progresiva diferenciación gracias a las fronteras (límites) que se van construyendo.


En el vientre materno, el sentir el roce contra las paredes del útero ofrece sensaciones de frontera, de diferenciación. Pero por momentos, el acogedor líquido amniótico no aporta sensaciones. Entonces predomina la fusión. Esa alternancia entre diferenciación y fusión es necesaria para construirnos como personas. Es una dinámica entre opuestos complementarios.


La experiencia del parto vaginal, con la super estimulación cutánea que supone, hace vivir al bebé una potente sensación de límite. Esta vivencia queda de alguna manera registrada en el cuerpo, ya que aún no dispone de una capacidad representativa, de un lenguaje que le permita considerarse a si mismo sujeto de esa vivencia.


Todas esas experiencias son fundamentalmente corporales, no existe conciencia de individuo separado del ambiente y, por tanto, las funciones del adulto en relación a los límites, tampoco están diferenciadas, predominando la fusión. Cómo somos manipulados, sostenidos, la energía emocional que nos envuelve cuando somos bebés, son, de alguna manera, experiencias de fusión y límites.


Para Wilber, esa fase Urobórica es el inicio de la consciencia como individuos. A la siguiente etapa la denomina Tifónica. En ambos estadios, la consciencia es aún exclusivamente corporal. Tifón, en la mitología, es medio humano y medio serpiente. Se trata de un momento en el que el niño y la niña desarrollan una autonomía física. El cuerpo se mueve por impulsos, explora el espacio, manipula los objetos, descubre que es un cuerpo separado de la madre. Los límites que se ponen en juego son los límites de la realidad física, y también los de las otras personas, especialmente la madre. Pero todavía no hay consciencia de persona, es un cuerpo que explora. Y, en esta fase, el comportamiento no se diferencia del de cualquier primate. La diferenciación psíquica, específicamente humana, sucederá en la etapa siguiente.


Este es un momento crucial para la futura autonomía, pues, dependiendo de cómo sean vividos esos límites, la diferenciación como persona va hacia la claridad o hacia la confusión. La madre, en esta fase, al poner límites en relación a su cuerpo, ayuda a la comprensión de que hay un “otro”, una otra en este caso. Los animales realizan esa función de una forma natural. Los humanos somos mucho más complejos, pues tenemos un ego que altera la parte instintiva. Jessica Benjamin describe muy bien ese proceso desde una visión psicoanalista en el primer capítulo de su libro Lazos de Amor (1996).


Pero además de estas dos situaciones complementarias, exploración (diferenciación) y recogimiento (fusión) hay una actividad muy importante en la construcción de los límites y que, junto con el anterior, crea las bases para que los límites evolucionen de la realidad física a la realidad psíquica: el juego pulsionaliii. Si en el reaseguramiento el contacto es fusional, en la pulsión el contacto es diferenciador. Mi fuerza contra la tuya. Siento mi fuerza y mi poder gracias a que me ofreces la tuya. En este juego, los límites físicos que el adulto pone al niño le empoderan. Por eso considero que es tan importante favorecer y acompañar ese juego.


Además esa intensidad va a permitir evolucionar la agresividad y eso pasa por una comprensión física de los límites del otro.


Ahora no estamos hablando de cuando la pulsión se da en una situación de conflicto, cuando el límite viene acompañado de emociones como la rabia y el dolor. Por eso es tan importante que la pulsión también pueda ser vivida con placer, que los límites no estén solo asociados a situaciones de conflicto.


Genéricamente, es la etapa del control y, por ello va a suponer una construcción importante de cara a la autonomía en la vida. En esta etapa, el niño asume el control de su cuerpo, no solo la motricidad, sino también los esfínteres. Y con ello, de alguna forma, también controla las reacciones de los adultos. Controlar es también conocer muy bien los límites. En esta etapa es pues conveniente que pueda explorar de forma variada con su cuerpo, los objetos y el espacio.


Erikson, en su definición de las fases evolutivas, considera que en esta etapa se decide la polaridad autonomía frente a vergüenza y duda. Si el niño ha podido explorar el mundo y ha asumido el control de su cuerpo acompañado con respeto y aceptación asumirá la autonomía. Si se ha sentido incapaz, temeroso e indigno en esa aventura, cuando se enfrente a los retos de la vida, resurgirán en el esas emociones.


El siguiente paso viene sustentado por la capacidad simbólica, es decir por la posibilidad de representar la realidad. Entre los tres y los seis años de edad, aproximadamente, los límites que van a configurar el concepto de si mismo son ya abstracciones. La diferenciación, que en la etapa anterior era física, ahora va a ser psíquica. Y si todo transcurre mas o menos bien, el niño y la niña va a concebirse a si mismo/a como un ser separado, con voluntad propia y deseos genuinos, que, a menudo, van a topar con los de los demás.


Desde el psicoanálisis se ha aportado una interesante reflexión en torno a los límites. La ausencia del objeto del deseo es lo que permite imaginarlo y, por tanto, es el origen de la representación. Si todos nuestros deseos fueran satisfechos, viviríamos permanentemente en una satisfacción fusión. Es la frustración la que permite el acceso a la representación, y, por tanto, al lenguaje y al pensamiento.


Este principio, que en este momento facilita el inicio del lenguaje, es extrapolable a un ámbito más general, donde podríamos expresarlo de la forma: los límites, en tanto que ayudan a enfrentar una frustración, son esenciales para madurar como personas.


En edades tempranas es necesaria la presencia del otro, un “otro” con sus deseos y necesidades. Esa madre que primero reacciona al ser mordida y mas tarde necesita ir al baño y tiempo después tomar un café con una amiga. Una persona que se muestra como un ser con necesidades y deseos y que es la primera experiencia de límite con el otro.


Pero siguiendo con la fase simbólica, los límites ya no se refieren a la realidad física, si no sobre una realidad abstracta, social y humana.


Si en la fase anterior se produce una separación física, en esta se gesta la primera separación psíquica y emocional. Por ello, podemos decir que los límites son virtuales, psicológicos. No hay una frontera clara en el mundo de los conceptos, pero necesitamos saber mínimamente quienes somos, que queremos, qué sentimos, y todo ello empieza a configurarse en esta etapa. Es un momento de intensas emociones que no son fáciles de gestionar: miedo, rabia, rivalidad, celos….y una capacidad limitada para elaborar y expresar con la palabra.


En esta fase se construyen los límites necesarios para relacionarse de forma madura, independiente y constructiva. En el psicoanálisis, la fase fálica o edípica o de Electra , supone un tránsito desde miedos profundos, rivalidad, ambivalencia i agresividad, hacia una posible relación basada en una renuncia a la relación dependiente con la madre y una identificación sana con el progenitor del mismo sexo.


En cualquier caso, se trata de una conquista de la independencia que supone asumir muchos límites. El deseo de continuar en esa relación de privilegio con la madre topa con un impedimento muy claro: la madre tiene otros intereses (sea el padre o cualquier agente que cumpla esa función en el triángulo edípico). Independientemente del modelo de familia que adoptemos como referencia, un factor decisivo para que se de la maduración es esa triangulación, ese tercero hacia quien la madre mira.


Ese asumir límites e interiorizarlos es la base para la maduración básica de esta etapa.


Es importante entender que un concepto existe porque hay un límite que lo separa de los otros conceptos. Nosotros sabemos que un perro es tal, porque tiene unas características que lo definen como diferente. Independientemente del color, tamaño, raza…., los perros forman un conjunto claramente delimitado del resto del universo.


Piaget estudió en profundidad la construcción del pensamiento lógico. Para él, la noción de clase subyace en todo el pensamiento operacional. Para comprender lo que es un perro debemos juntar todos los elementos que comparten determinadas características al tiempo que separamos de todo aquello que no comparte todas esas condiciones. Ese separar es a través de un límite. Es decir, el pensamiento y, por tanto, todo el aprendizaje se fundamenta en los límites.


Para el pensamiento matemático, lo mismo. Piaget decía que el número es la síntesis de dos nociones. Por una parte, la noción de unidad, para la cual es obvio que necesitamos un límite y la noción de clase, tratada en el ejemplo anterior. La noción de clase es necesaria para entender que el tres se refiere a la clase de los conjuntos con tres elementos independientemente del tipo de elementos.


Es decir, el pensamiento requiere de fronteras para operar. Y esas fronteras o límites son tan necesarias para adquirir nociones y operar con ellas como para entendernos a nosotros mismos y a los otros.


El siguiente paso crucial ocurre aproximadamente entre los seis y ocho años de edad. Es el momento de la socialización, de la comprensión de un contexto complejo que va más allá del entorno familiar. Un contexto con unas normas, que son límites, que se asumen de forma voluntaria y que configuran aquello que se puede y lo que no se puede hacer. Podríamos decir que el límite, que en la etapa anterior era personal, aquí se vuelve social.


He hecho un breve repaso del sentido de los límites basándome en tres fases, pero me gustaría revisarlo refiriéndome explícitamente al juego.


En los juegos presimbólicos diferenciamos las situaciones de reaseguramiento, que buscan sensaciones arcaicas de fusión, envoltura, balanceo, etc. En este juego podemos decir que las fronteras tienden a diluirse. Se trata precisamente de eso, de recuperar sensaciones de fusión e indiferenciación de cuando estábamos en el útero materno y, posteriormente, en sus brazos. Sentir como cuando estábamos en el útero viviendo una sensación indiferenciada. Especialmente cuando se busca un nido o el regazo y los brazos de un/a adulto/a, podemos hablar de un límite, de una frontera, pero la sensación general es de fusión.


Con el juego sensoriomotor, empieza la verdadera construcción de límites, pues es el cuerpo el que actúa para controlar y dominarse a sí mismo, el espacio y los objetos. Conviene que esa exploración pueda ser libre y con un mínimo de límites incomprensibles para los niños y niñas como objetos que no se pueden tocar o que representan un peligro.


Con el juego simbólico, los límites empiezan a ser virtuales. Si soy un tigre he de comportarme como tal. El concepto determina la acción. Pero aparte de esos límites personales que se ponen en juego, la situación me obliga a aceptar los límites de los otros: “en la casa de los gatitos no pueden entrar los tigres”. Esa complejidad de reglas implícitas que se dan en el juego simbólico favorece enormemente la construcción del lenguaje, del pensamiento y de aptitudes sociales que serán cruciales en el juego reglado: la escucha, la tolerancia, la aceptación, etc.


El juego simbólico compartido, por su complejidad, facilita también la comprensión y el saber asumir y moverse en ambientes que integran diferentes deseos y necesidades. Ese juego requiere de un acompañamiento por parte del adulto.


Estos deseos y necesidades de los otros se traducen en límites que el adulto ayuda a asumir.


Vigotsky decía que en el paso del juego simbólico al reglado se da una inversión del a fórmula reglas implícitas/reglas explícitas. En efecto, el juego simbólico está lleno de reglas que no se explicitan, predominando el simbolismo. En el juego reglado, por el contrario, las reglas se explicitan y el simbolismo queda como un sustrato subyacente. En el juego simbólico debemos actuar en función del personaje asumido y respetar los espacios y objetos investidos. Los juegos de equipo son como una batalla sublimada. Una lucha indirecta. Ya no se trata de acabar con el contrario, si no de vencerlo consiguiendo determinada metas y sometido a unas reglas claras de respeto.


El gran poder del juego reglado es ese sometimiento voluntario a unas reglas comunes. Por eso es crucial de cara a la socialización.


Si en el primer septenio los límites que configuran su entorno le ayudan a construir sus bases como persona, en este segundo septenio son los límites culturales y sociales los que le van a permitir conocerse. Desde el punto de vista del que estoy partiendo, comprender e interiorizar esos límites es una condición indispensable para las adquisiciones de esta etapa.


Pero no solo el juego de reglas si no la mayoría de actividades que realiza supone un complejo universo de límites más allá del hogar: la escuela, el grupo de amigos, actividades extraescolares.


Esta etapa dura hasta los catorce años aproximadamente. En la adolescencia, su mundo personal se abre y podemos decir que encuentra los límites del mundo. El planteamiento ya no es como en el septenio anterior, limitado a su mundo familiar y social, si no que tiene que empezar a ubicar-se en un ámbito mucho mas amplio.


Y para acabar y resumir el contenido de este artículo, podemos afirmar que ala situación originaria es la fusión y de ella surge la diferenciación. Estos dos estados expresan también las dos funciones de la contención por parte del adulto. Y podemos considerarlas complementarias: sin el amor que expresa la fusión, los límites pueden resultar violentos y producir emociones destructivas. Sin los límites, el amor incondicional produce confusión y no favorece la maduración. Un deseo sin límites nunca se encuentra con el otro.


La fusión reasegura a través de la unión con el otro. En ella podemos encontrar el origen de lo que luego será la unión con el todo. Gracias a los límites construimos también el lenguaje y el pensamiento y, posteriormente, la socialización.


Aucouturier decía que lo que ayuda a madurar es una combinación de Amor i Noiv.

Bibliografía:

 Erikson. E (2003).Las ocho edades del hombre-Buenos Aires Ediciones Horme

 Garaigordobil, M. (1990) ”Juego y desarrollo infantil”. SecoOlea. Madrid.

 Benjamin, J (1996). Los lazos del amor. Barcelona. Paidós.

 Flavell, J.M. (1979). La psicologia evolutiva de Jan Piaget. Buenos Aires: Paidós.

 WILD, R. (2006). “Libertad y límites. Respeto y amor”. Barcelona: Herder.

 Wilber, K. (1988) “El proyecto Atman”. Barcelona: Kairós.


Pere Juan

nosomres@telefónica.net

https://www.perejuanduque.com/

 

i El universo conocido, a nivel subatómico, se basa en unas magnitudes muy precisas.

ii “El malestar en la cultura” (1930)

iii Entendemos por juego pulsional el juego de agresividad en el que se vive con placer la oposición con el otro.

iv Referencia extraída de una conferencia.





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